domingo, 14 de octubre de 2018

BALANCEAR ROCAS. ¿ARTE CONVERTIDO EN PROBLEMA AMBIENTAL?

Como se menciona en la entrada "FILOSOFÍA ZEN Y LAND ART", dos de las características principales de la filosofía Zen son la transitoriedad de los fenómenos y la unicidad e importancia de los actos, características que se extrapolan al Land Art.

Apilar rocas para hacer esculturas sin una base aparentemente sólida es un arte-juego que se encuentra difundido desde épocas remotas y que evoca estos dos principios.


El balanceo de rocas es un arte, disciplina o afición en el que las rocas se equilibran naturalmente una encima de otra en varias posiciones. No se permiten adhesivos, alambres, soportes o anillos.

Este tipo de equilibrio de rocas puede ser un arte de exhibición, un espectáculo o una meditación, dependiendo de la interpretación de cada persona. Esencialmente, implica colocar una combinación de rocas o piedras en equilibrio para lo que se requiere paciencia y sensibilidad, creando formas de apariencia imposible.

Existen varios artistas que han explorado el balanceo de rocas como una forma de expresión. Uno de ellos es John Michael Grab, que crea puentes, torres, vigías y hasta entidades pétreas en estructuras aparentemente indelebles.

El elemento fundamental para balancear en un sentido físico es encontrar algún tipo de “tripié” para que la roca se alce. Cada roca es cubierta por una variedad de pequeñas hendiduras que pueden actuar como un tripié para que la roca se mantenga firme, o en la mayoría de las orientaciones puedes pensar en otras rocas. El siguiente paso es encontrar un “punto cero o un silencio interior”. 

Un arte que ha ganado tanta importancia que existen hasta campeonatos y festivales de balanceo de rocas.

¿ARTE O MODA PELIGROSA?

Este arte-juego se ha puesto de moda entre los turistas de Baleares y Canarias, y seguramente pronto también lo haga en otras playas rocosas de la península. Sin embargo, más que una forma de expresión artística o de forma de meditación se trata de apilar piedras como forma de decir "yo estuve aquí" que, acompañada del selfie de turno, deja el ecosistema alterado. Una moda aparentemente inofensiva que conlleva graves problemas ecológicos ya que cuando se remueven las rocas de lugar, se destruye el hogar de muchas especies autóctonas que ahí anidan, viven y se alimentan.


"Que haya algún montículo de vez en cuando no es un problema, pero en zonas en las que la densidad de estas torres es importante, el lugar que ocupan estas torres impide que las plantas puedan crecer, y altera el tránsito de la fauna”, dice Ramón Casillas, profesor titular de Geología de la Universidad de La Laguna, en Canarias.

Las pocas plantas que pueden crecer entre la salinidad, los vientos y la fuerte exposición solar realizan una paciente tarea para que las raíces se introduzcan entre las rocas en búsqueda de la humedad necesaria. “Pero si remueves las piedras, la vegetación desaparece rápidamente”, precisa.

Si las plantas se secan, los insectos desaparecen. Y el paso siguiente es el quiebre de la cadena alimenticia, porque estos invertebrados son el plato favorito de diversos reptiles y aves, muchos de ellos endémicos.

Algunas de las especies vegetales de las Baleares que sufren con la remoción de las rocas son el perejil marino (Chrithmum maritimum), el coixinet de monja (Astragalus balearicus), l’eriçó (Launaea cervicornis) y diferentes especies del género Limonium.

Muchas de estas plantas se caracterizan por tener flores grandes, lo que atrae un gran número de pequeños animales, como arañas, hormigas y escarabajos. Si las plantas se secan, los insectos desaparecen. Y el paso siguiente es el quiebre de la cadena alimenticia, porque estos invertebrados son el plato favorito de diversos reptiles y aves, muchos de ellos endémicos.

Por ejemplo, en Mallorca entre los primeros se encuentran la salamanquesa común (Tarentola mauritanica) y la rosada (Hemidactylus turcicus), la lagartija de las Pitiusas (Podarcis pityusensis), y entre las aves, estos son hábitats del bisbita campestre (Anthus campestris), la terrera común (Calandrella brachydactyla) y el chorlitejo patinegro (Charadrius alexandrinus).

Todos estos animales tienen estos sitios de poca vegetación y suelos rocosos como su refugio. Los invertebrados y pequeños reptiles suelen crear sus madrigueras debajo de las piedras, y las aves acostumbran a nidificar en el suelo –a falta de árboles en la costa-. Cuando se remueven las rocas de lugar, se destruye el hogar de estas especies.

EL PAISAJE ARRUINADO

Además del problema ecológico, hay “una banalización del paisaje”, grafica Adrover. Cualquier persona que quiera fotografiar una puesta del sol desde la costa retratará estos molestos montículos que se repiten, como un mantra, en las calas de las otras islas.


En muchas ocasiones, si los turistas no encuentran rocas sueltas para sus absurdos montículos, se dedican a desarmar paredes divisorias de agricultores o barracas de ganado, que en muchos casos son construcciones con más de 300 años de antigüedad.

Incluso esta moda da pie a consecuencias surrealistas: en la Sierra de la Tramontana en Mallorca, así como en el Parque Nacional del Teide, en Tenerife, los senderistas solían marcar los caminos con estos mojones de piedra. Pero los turistas los imitan en cualquier punto, y siembran la confusión de los excursionistas.

A la larga, “en zonas con una alta densidad de estos montículos, la perturbación en el paisaje puede ser tan grande como levantar una caseta. Porque toda construcción humana en un medio natural siempre implica una alteración”, precisa Ramón Casillas.

Sin embargo, no hay leyes que sancionen estas prácticas, pero varias administraciones han emprendido campañas de concienciación para abandonar esta costumbre. En Menorca el Consejo Insular ha colocado señales de advertencia, y el de Formentera ha organizado excursiones para desmontar los montículos.

Precisamente, tumbar y remover estas formaciones artificiales ayuda a recuperar el paisaje, pero debe ser hecho con cuidado, “que en lo posible intervenga personal técnico de gestión del litoral” sugiere el portavoz de Terraferida. Lo último que faltaría es que los voluntarios pongan las rocas en cualquier lugar o aplasten, sin querer, las madrigueras de los pocos animales que viven en estos parajes.

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